Fantasy
Thriller
Horror
10/07/2025
El reloj de pared, con su tic-tac monótono y constante, era el único sonido que se atrevía a desafiar el silencio sepulcral de la habitación.
Era un eco, pensé, de los latidos de mi propio corazón, que resonaba con una fuerza desmedida en mis oídos.
La luz del atardecer se filtraba por las persianas entreabiertas, pintando franjas doradas sobre el polvo que cubría los muebles, testigos inertes de una vida que se había detenido de repente.
Hacía tres días que no la veía, tres días desde que Sofía había desaparecido sin dejar rastro, sin una nota, sin una llamada, solo el vacío ensordecedor de su ausencia.
Me acerqué a la ventana, la ciudad extendiéndose ante mí como un lienzo desolado.
Los coches, pequeños puntos luminosos, se movían con una indiferencia perturbadora. ¿Cómo podía la vida continuar con tanta normalidad cuando mi mundo se había desmoronado? La taza de café frío sobre el alféizar era un recordatorio amargo de la mañana, de las horas que se arrastraban lentas, consumiendo mi paciencia, erosionando mi esperanza.
Mis dedos temblaban ligeramente mientras la recogía, el calor residual una promesa vacía de consuelo.
La policía había venido y se había ido, sus rostros impasibles, sus preguntas metódicas y sin alma.
"¿Hubo alguna discusión?" "¿Tenía enemigos?"
"¿Problemas financieros?"
Cada palabra era una puñalada, un intento de reducir la complejidad de Sofía a una serie de casillas para marcar en un informe.
No entendían que ella era un universo, una constelación de risas y secretos, de sueños compartidos y miedos ocultos.
Su oficina estaba intacta, sus libros apilados con el orden impecable que la caracterizaba.
Su chaqueta de lana, colgada sobre la silla, aún parecía conservar un atisbo de su aroma, una fragancia de lavanda y jazmín que ahora me parecía el perfume de la melancolía.
Revisé el apartamento por décima vez, con la misma desesperación inútil. Cada objeto era un fragmento de su existencia, un enigma sin resolver. Su diario, cuidadosamente guardado en un cajón de su mesita de noche, permanecía cerrado.
Siempre me había prometido no leerlo, respetar su privacidad, pero la tentación era una serpiente que se enroscaba en mi mente, susurrando excusas, alimentando la necesidad de encontrar cualquier pista, por mínima que fuera.
Finalmente, mis dedos se deslizaron sobre la encuadernación de cuero. El diario era de un rojo intenso, casi carmesí, y al abrirlo, el olor a papel viejo y algo más, algo parecido a la tierra mojada, me invadió.
Las primeras páginas eran inconexas, descripciones de su día a día, reflexiones sobre su trabajo como botánica, sus pensamientos sobre la naturaleza efímera de las cosas.
Pero a medida que avanzaba, el tono cambiaba. Las letras se volvían más apretadas, más nerviosas. Hablaba de un proyecto, de algo que había descubierto, algo que la emocionaba y la asustaba a partes iguales.
"Hoy vi algo inaudito," había escrito una tarde de hacía un mes.
"Una flor que desafía toda lógica, que parece respirar con una intensidad propia."
Sus palabras eran crípticas, llenas de alusiones a un "jardín oculto" y a "sombras que danzan bajo la luna". Empecé a sentir un escalofrío. Sofía era racional, científica hasta la médula.
Este tipo de lenguaje no era propio de ella, o al menos, no de la Sofía que yo conocía. Mis ojos se deslizaron por las páginas, buscando nombres, lugares, fechas.
Encontré una entrada que me hizo detener la respiración. "Él está cerca. Lo siento. Las paredes susurran su nombre." ¿Quién era "él"? Nunca me había hablado de nadie que pudiera amenazarla. ¿Era una metáfora? ¿O algo más siniestro?
El sol se ocultó por completo, y la habitación se sumió en la penumbra. Encendí la lámpara de pie, su luz amarilla proyectando sombras alargadas que danzaban en las paredes, creando figuras grotescas que parecían burlarse de mi confusión.
Volví al diario, mi mente girando en círculos. Leí las últimas entradas, escritas con prisa, casi ilegibles. "El tiempo se acaba. La verdad está enterrada. No confíes en nadie." Y la última, fechada el día de su desaparición: "El jardín se marchita. Ya no puedo correr. Perdóname."
"Perdóname." Esa palabra se clavó en mi pecho como una estaca helada. ¿Perdonarla por qué? ¿Por desaparecer? ¿Por mantenerme en la oscuridad? Una mezcla de rabia y desesperación me invadió.
Había un misterio, uno que Sofía había ocultado cuidadosamente, incluso de mí. Y ahora, yo era el único que podía desenterrarlo. El tic-tac del reloj parecía haberse acelerado, o tal vez era mi propio pulso, martilleando con furia en mis sienes.
Sentía una urgencia, una necesidad apremiante de entender, de reconstruir los fragmentos de un rompecabezas que Sofía había dejado esparcidos. Me levanté, la decisión ya tomada.
Debía encontrar ese "jardín oculto", desentrañar el significado de esas "sombras que danzan".
No importaba el peligro, no importaba cuán retorcida fuera la verdad. Tenía que encontrar a Sofía, y la única manera era seguir las migas de pan que había dejado en su diario.
El silencio ya no era un eco, sino un grito, y yo estaba dispuesto a responder.